La gloria de Jimmy Sweet Robinson

Jimmy Robinson tuvo minuto y medio de gloria pero en aquel momento nadie supo que era su mejor momento. Pasarían años de frustraciones antes de que todo el mundo le recordara que aquellos 90 segundos habían sido los mejores de su vida.

Jimmy era alto, flaco, negro, usaba partidura al lado izquierdo. Su sonrisa y rostro elegante parecían los de un pianista. Al menos aquella noche, 7 de febrero de 1961, todavía conservaba aquel perfil y don de gentes que le ganó el mote de Sweet. Así lo presentaron antes del combate. Había subido al ring apresuradamente, nervioso, hasta que escuchó “en esta esquina, con un peso de 175 libras, Jimmy Ssssssweeeeeet Rooobinsoooon”.

¿Por qué había subido un poco intranquilo? Bueno, un día antes había salido del 5th Street Gym en el que entrenaba listo para su turno de trabajo en el salón de billar donde se buscaba el peso entre cada pelea. De hecho, por esos días estaba pensando dejar el boxeo y quedarse preparando tragos allí en Liberty City. Su carrera había empezado bien pero en aquellos días de febrero ocho combates parecían suficientes. Cuando digo que había empezado bien me refiero a que debutó poco menos de un año antes noqueando a un tal Leroy. Semanas después venció por puntos y menos de dos meses después le quitó el invicto a Jack Sinatra, que venía de anestesiar dos veces a Kid Palace, cuya carrera culminó dos años después sin ganar una pelea y habiendo sido noqueado las ocho veces que se encaramó en un ring.

Aquel triunfo sobre Sinatra lo llenó de esperanza. Quizás el boxeo lo sacaría de pobre. Quizás es realmente bueno en esto de dar puños y evitar recibirlos. Pero entonces, algo pasó. Perdió cuatro combates y en par de ellos despertó en el camerino cuando Clyde, su entrenador, le lanzó agua fría en la cara.

Me detengo aquí porque sé lo que están pensando. ¿Sinatra? ¿Jack Sinatra? No me lo inventé. No creo que fuera hermano de Frank. Uno podría pensar en alguna relación puesto que el padre del cantante fue un peso gallo en sus años mozos. Y si no saben quién es Frank pueden dejar de leer ahora y dedicarse a lo suyo. El asunto es que si han llegado hasta aquí y la curiosidad los lleva a investigar quién era Jack Sinatra no encontrarán otra cosa que una alusión a un whisky que no voy a promocionar gratuitamente.

El asunto es que Jimmy había estado pensando en que su rostro todavía no mostraba los embates de más de media docena de encuentros en menos de un año. Era joven, podría buscarse otra forma de vida menos dolorosa, pero Clyde le convenció. Era una locura. Sin embargo, si quieres tener éxito en la vida tienes que arriesgarte. ¿El riesgo? Subirte al ring a pelear -te avisan 48 horas antes-  con un muchacho que poco menos de un año antes ganó una medalla de oro en la división semipesada durante los Juegos Olímpicos en Roma. Además, tú entrenas en el gimnasio del promotor, que es el hermano del entrenador de tu rival.

–   No sé, Clyde, no creo que esté en forma.

-Lo llevas en la sangre y es tú momento, Sweet- le aseguró el entrenador. Además, ¡has estado entrenando cinco días a la semana desde tu último combate!

– Sí, pero, ¿300 dólares? ¿Como reemplazo? ¿Qué le pasó a Willie?…-

-¡Willie Gullat es un cobarde! Dice que prefería ir a beber antes de pelear con Clay por $300 dólares.

– Pienso igual que Willie…

-¡Pero no eres un jodido cobarde!

-No-  dijo Sweet- arreglando su partidura con una peinilla de pasta negra- pero tampoco soy un miserable idiota.

-Cojones, Jimmy, todavía eres joven, eres tan fuerte como él y, ¡hey! tienes mucha más experiencia en el boxeo profesional.

-Eso es cierto.

-El asunto es que no tienes ni que ganar. Una buena pelea contra él te llevará a mejores bolsas y a otros lugares. $300 ahora, pero una buena exhibición representa miles de dólares.

Jimmy Sweet Robinson secó la madera sobre la que servía los tragos con su paño blanco y parecía mirar por la vitrina del negocio hacia la calle iluminada. Escuchó el rumor que venía de las mesas de billar. Dos de las cosas que dijo Clyde sobre Jimmy eran falsas. Sweet tenía casi 40 años, pesaba 20 libras menos que un peso pesado. La única verdad era que tenía más experiencia que Clay. Sin embargo, Jimmy dijo: “Eso es cierto” para convencerse a sí mismo de las dos mentiras de Clyde. Bien, no se engañen. Seamos objetivos. Lo cierto recibe su confirmación en el experimento. A menudo, la comprobación práctica se realiza por procedimientos mediatos. Y, ¿no existe el azar para convertir lo falso en verdadero?

-Vamos a hacerlo- dijo Jimmy, más por tedio que por entusiasmo.

Cualquiera con un poco de sentido común sabía que enfrentarse a aquel muchacho no era poca cosa. Cierto que parecía un estudiante de escuela superior, pero apenas hacía tres meses, Cassius Clay se había mudado a Miami para entrenar con el incomparable Angelo Dundee. Hacía apenas semanas Clay estaba en las portadas de Life y Sports Illustrated capturado por el lente del gran Flip Schulke  haciendo shadow boxing bajo el agua en una piscina de un hotel de cinco estrellas en una playa de Miami.  Su medalla de oro olímpica todavía estaba tibia por el calor de su cuerpo. Clyde tenía razón. Ni siquiera tenía que ganar.

Aquella noche del 7 de febrero de 1961, cuando sonó la campana, Jimmy olvidó el mundo y en su mente solo escuchaba el mantra “eres tan joven como Clay, eres tan fuerte como él, tienes más experiencia”. Se lo repitió tres veces, cuatro veces, lanzó un jab de izquierda, Clay bailó a su alrededor con una sonrisa enervante. Enfurecido por la arrogancia del medallista olímpico se avalanzó sobre él lanzando un barrecampo de derecha que se perdió en el aire donde una fracción de segundos antes estaba la quijada de Cassius. Cuando Jimmy Sweet se volteó a ver dónde estaba el joven maravilla una izquierda, una derecha y otra izquierda llegaron de nadie sabe donde a su quijada, a su ojo derecho y otra vez a su quijada. Cuando despertó en el camerino, agua fría mediante, pidió la revancha. Cuando recuperó la razón se retractó. Cassius Clay fue al camerino a saludarlo y para asegurarse de que estaba bien. Se hicieron amigos. Alguna gente aseguró haberlos visto salir del Miami Beach Auditorium juntos y que años después, cuando ya era campeón venía a Miami a buscarlo y daban paseos en el Cadillac rosa del Más Grande Pugilista de la Historia.

Si no lo saben, Cassius Clay se convirtió en campeón mundial en apenas cuatro años noqueando dos veces consecutivas a una bestia como Sonny Liston. Se convirtió al Islam y su nombre fue desde entonces Muhammad Alí. Se negó a ir a la guerra de Vietnam y fue un héroe de mi niñez. The Greatest. Me ofendería saber que alguien no conoce la historia de Alí. Me sorprendería que alguien se interesara por la de Jimmy Sweet Robinson.

A mí me gustaría decir que el dulce Jimmy se recuperó y tuvo una buena carrera. Su mejor momento fue ese mismo año cuando triunfó cuatro veces consecutivas contra cuatro rivales que sumaban entre ellos 4 victorias y 28 derrotas. Perdió sus últimas 12 peleas y en la mayoría de ellas lo noquearon. Jimmy era famoso en los salones de billar de su barrio. No perdía oportunidad para contar su experiencia más importante a los clientes: aquellos 90 segundos en los que enfrentó al Más Grande, Muhammad Alí -cuando se llamaba Clay-.  La última vez que alguien lo vio caminaba -los brazos cruzados a su espalda- entre los rieles abandonados a las afueras de la ciudad. Quizás la muerte vino a verlo:

– Hey, Jimmy Sweet, súbete al ring conmigo. Esta es tu última pelea.

Lo habrá pensado un minuto. Quizás minuto y medio.

-Bueno, Muerte, estoy cansado. De todas maneras sé que no voy a ganarte pero si luzco bien quizás me den un lugar en el cielo.

– Trato hecho- le habrá susurrado la parca.

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