por Cruz Garcia & Nathalie Frankowski
En la revolución antirracista, la arquitectura más poderosa es la que se deshace. En medio del vertiginoso proceso de deconstruir un andamiaje racista y anti-negritud que lleva en plena construcción ya más de 500 años, manifestantes alrededor del mundo se han dado la tarea de ejecutar lo que muchos políticos, planificadores urbanos, inversionistas, arquitectos y desarrolladores han tratado de evitar.

Manifestantes apoyando el movimiento Black Lives Matter han ido tras los monumentos y efigies de colonizadores, esclavistas, figuras políticas y comandantes confederados en un inédito gesto solidario, colectivo y global. En este acto sabrosamente iconoclasta, la arquitectura como la construcción y consolidación de símbolos ideológicos se encuentra en el ojo de esta tormenta revolucionaria. Si es cierto que usualmente se estudia a la arquitectura como una serie de artefactos estéticos sin raíces ideológicas, una mirada crítica a nuestra historia de opresión humana y destrucción ambiental revela su relación con regímenes de violencia, coloniaje, genocidio, racismo y capitalismo.

Entre las estatuas y efigies identificadas por los activistas anti-racismo se encuentran las del brutal y sanguinario Leopoldo II de Bélgica (responsable del genocidio en el Congo), el primer ministro británico Winston Churchill y el general confederado Robert E. Lee, las tres pintadas con grafiti, el esclavista Edward Colston, cuya estatua fue lanzada al rio, un decapitado Cristóbal Colón y la estatua del ex alcalde y ex comisionado de la policía de Filadelfia Frank Rizzo.

Hace unos días, mientras escribíamos nuestro manifiesto por una arquitectura antirracista, nos topamos con una cita, en la que el pensador camerunés Achille Mbembe deconstruye el rol de las estatuas, efigies y monumentos coloniales, como objetos de todo tipo de materiales (mármol, granito, bronce, acero) en la que la muerte se convierte en una cosa trabajada. Estas estatuas que buscan preservar una fusión entre la objetualidad, la subjetividad y la mortalidad de cuerpos humanos y bestias (por ejemplo, el caballo que monta un conquistador), tienen como función la remisión a cierto modo de recuperación del tiempo. Comenta Mbembe que casi sin excepción, las estatuas y efigies coloniales dan cuenta de esta genealogía muda en donde el sujeto se adelanta a la muerte y ésta, a su vez, se adelanta al objeto mismo que, supuestamente, ocupa el lugar de sujeto y de muerto al mismo tiempo.
A esta relación entre espacio, objeto y muerte podemos agregar como estos íconos, usualmente construidos a gran escala e instalados en espacios públicos, sirven para legitimar, normalizar y consolidar la sangrienta historia e ideología del colonialismo. Se suman a las estatuas otros objetos, monumentos e infraestructuras que, aunque no invocan los rostros de la opresión más cruel y explicita, sirven para preservar imaginarios colonizadores.

Para aquellos arquitectos que, como nosotros, desean construir nuevos mundos mientras mantienen este inédito vigor anti-racista, lo próximo sería el desmantelamiento de otros monumentos como estaciones de trenes, palacios de gobiernos coloniales, edificios construidos con labor esclava, puentes, campos militares, fortalezas e incluso edificios universitarios alrededor del mundo financiados con necrocapital. Si queremos construir arquitecturas emancipatorias no podemos permitir que estos hermosos actos de subversión antirracista pasen por desapercibidos. En un mundo anti-racismo tenemos que aprender a deshacer arquitecturas.
Aquí nuestro manifiesto por una arquitectura antirracista:
http://waithinktank.com/Anti-Racist-Manifesto
El video del manifiesto: