Ya quisiera mucha gente que les dijera que este pueblo se sitúa en algún lugar de las Islas británicas donde existía una colina que se elevaba en medio de los pantanos. O que la vieja plaza se construyó justo donde se encontró un enorme ataúd de roble con una inscripción que rezaba: Hic iacet sepultus iclitus rex Mabó in insula Boriquensis. (“Aquí yace sepultado el cacique Mabó, en la isla de Borikén”). Pero no puedo mentirles de manera tan descarada. Ni siquiera sé si aún se celebra el Carnaval Mabó, con el que se recordaba de manera peregrina a aquel cacique de Guaynabo al menos hasta los años ’80 del siglo pasado.
Lo que sí puedo regalarles es la hermosa visión que de este pueblo tiene un gran poeta y un luchador de toda la vida: Juan Antonio Corretjer.

Aguas de Guaynabo
Este poco de casas
con monte y prado,
con río entre bambúes,
con cielo claro;
este poco de casas
es mi Guaynabo.
Girasol es tu pelo
que has deshojado
al aire entre marías:
aire dorando.
Como el sol es tu pelo:
si desplegado
al aire entre llovizna,
quedo pensando:
¡mi virgencita linda
se está peinando!
Tus piececitos rosa
se descalzaron
sobre las piedras blancas por Río Abajo.
¡Benditas son las piedras, las que has pisado,
y benditas las aguas
de mi Guaynabo!
De Santa Rosa el agua baja cantando.
Las aguas de Alto Frailes bajan llorando:
rima y llanto remansan en Frailes Llanos.
Las aguas bajo El Puente corren jugando:
sobre El Puente, a otra hora, pasan bramando.
Aguas las del torrente, las del golpazo
—terneritas que juegan en frescos prados;
torazos en bramido que están ahogando
— ¡aguas las del torrente,
las del golpazo!
En la flor de la espuma se ha desnudado
mi Ayuburí dorada
los pies rosados.
Y al correr en la arena sus pies mojados
rebrilla por las aguas todo el dorado
resplandor de su pelo suelto volando.
Guaynabo es río de oro —guanín: oro; río: abo—
río de oro en mis sueños es mi Guaynabo:
este poco de casas
con monte y prado,
con río entre bambúes,
con cielo claro.
Me lo diera tu pelo
que así ha volado —Ayuburí de oro
toda volando—
como aire entre marías, aire dorado.
¡Virgencita que al aire
te estás peinando:
Ruega al sol por las aguas de mi Guaynabo!
Se trata de un poema de Yerba bruja (1957), libro en el que el poeta retoma los mitos de creación de la isla y una plástica trama de fundación y recuerdos. Entonces llevaba Corretjer más de una década residiendo en este pueblo, Guaynabo.
Varias veces lo encontré, 20 años después de haberse publicado ese libro, en el correo del pueblo. Tuve el honor de estrechar su mano y charlar con él. Me relató anécdotas de Roberto Acevedo, un viequense que entregó su vida por el país en el ataque a Fortaleza. Corretjer, igual que a muchos, me ordenó escribir. Una orden dicha con ternura.
Una pena que este pobre lugar no guarde ni una esquina en la que se señale que allí vivió un protagonista de nuestra historia de lucha y resistencia.
Pero eso no debe extrañar en un pueblo, en un país, que practica como política pública, el olvido.