Guaynabo City Chronicles: Corretjer en Guaynabo

Ya quisiera mucha gente que les dijera que este pueblo se sitúa en algún lugar de las Islas británicas donde existía una colina que se elevaba en medio de los pantanos. O que la vieja plaza se construyó justo donde se encontró un enorme ataúd de roble con una inscripción que rezaba: Hic iacet sepultus iclitus rex Mabó in insula Boriquensis. (“Aquí yace sepultado el cacique Mabó, en la isla de Borikén”). Pero no puedo mentirles de manera tan descarada. Ni siquiera sé si aún se celebra el Carnaval Mabó, con el que se recordaba de manera peregrina a aquel cacique de Guaynabo al menos hasta los años ’80 del siglo pasado.

Lo que sí puedo regalarles es la hermosa visión que de este pueblo tiene un gran poeta y un luchador de toda la vida: Juan Antonio Corretjer.

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Aguas de Guaynabo 

Este poco de casas
con monte y prado,
con río entre bambúes,
con cielo claro;
este poco de casas
es mi Guaynabo.
Girasol es tu pelo
que has deshojado
al aire entre marías:
aire dorando.
Como el sol es tu pelo:
si desplegado
al aire entre llovizna,
quedo pensando:
¡mi virgencita linda
se está peinando!
Tus piececitos rosa
se descalzaron
sobre las piedras blancas por Río Abajo.
¡Benditas son las piedras, las que has pisado,
y benditas las aguas
de mi Guaynabo!

De Santa Rosa el agua baja cantando.
Las aguas de Alto Frailes bajan llorando:
rima y llanto remansan en Frailes Llanos.
Las aguas bajo El Puente corren jugando:
sobre El Puente, a otra hora, pasan bramando.
Aguas las del torrente, las del golpazo
—terneritas que juegan en frescos prados;
torazos en bramido que están ahogando
— ¡aguas las del torrente,
las del golpazo!
En la flor de la espuma se ha desnudado
mi Ayuburí dorada
los pies rosados.
Y al correr en la arena sus pies mojados
rebrilla por las aguas todo el dorado
resplandor de su pelo suelto volando.

Guaynabo es río de oro —guanín: oro; río: abo—
río de oro en mis sueños es mi Guaynabo:
este poco de casas
con monte y prado,
con río entre bambúes,
con cielo claro.
Me lo diera tu pelo
que así ha volado —Ayuburí de oro
toda volando—
como aire entre marías, aire dorado.
¡Virgencita que al aire
te estás peinando:
Ruega al sol por las aguas de mi Guaynabo!

Se trata de un poema de Yerba bruja (1957), libro en el que el poeta retoma los mitos de creación de la isla y una plástica trama de fundación y recuerdos. Entonces llevaba Corretjer más de una década residiendo en este pueblo, Guaynabo.

Varias veces lo encontré, 20 años después de haberse publicado ese libro, en el correo del pueblo. Tuve el honor de estrechar su mano y charlar con él. Me relató anécdotas de Roberto Acevedo, un viequense que entregó su vida por el país en el ataque a Fortaleza. Corretjer, igual que a muchos, me ordenó escribir. Una orden dicha con ternura.

Una pena que este pobre lugar no guarde ni una esquina en la que se señale que allí vivió un protagonista de nuestra historia de lucha y resistencia.

Pero eso no debe extrañar en un pueblo, en un país, que practica como política pública, el olvido.

Graffiti : ADM Cru


ADM Cru, fundado en el 2002 por @puneighteen (QEPD) Es un colectivo local que se dedica a pintar graffiti en las calles de PR. Cada uno de los integrantes del “El corillo” como se llaman entre sí, participan en otros quehaceres del arte plastico, digital y culinario entre otras disciplinas artísticas. Algunos de los miembros han pintado en Estados Unidos, Canada, Francia, Alemania entre otras partes. Aquí aparecen: @mcruzbaez, @porta_latin, @nelsonselek y @nekuno. El video fue filmado por @_emmayala_ Mira el vídeo con la música de Dj Krush. Pronto sabremos más de ellos en detalle.

Guaynabo City Chronicles: Luiyo

Por Rafael Acevedo


Crucé el muro de bloques y alambre eslabonado. Para eso había que esquivar las espinas de un árbol. Del árbol colgaba una fruta más agria que los lunes. Limón de cabro. Alguna vez mi madre la usó para marinar carnes. Mi abuela paterna, una de las pocas veces que pudo venir a visitarnos, miró el árbol y nos dijo que el jugo se usaba parquemaduras y cicatrices. Mi abuela materna observó los frutos un sábado en el que nos trajo pastelillos y sonrió con picardía. Mi viejo los sábados agarraba uno de aquellos limones arrugados y lo partía en dos, lo exprimía y con azúcar y un poco de hielo hacía un frappé de toronja sin toronjas. Eran limones de cabro.

Crucé el muro de bloques y alambre eslabonado esquivando las espinas del árbol de falsas toronjas. Así pasaba la invisible frontera de la calle Sonata a la calle Tornasol. Allí estaba Luiyo en el patio de su casa. Pero él no tenía guante ni ganas de jugar pelota. Estaba torturando lagartijos. Les cortaba el rabo. Entre el pulgar y el índice agarraba una hoja de afeitar nueva, de dos filos. Las gillette se vendían como si fueran palillos de dientes, en unos sobres de papel que parecían cartas muy pequeñas y ominosas. Con ella cortaba de un solo tajo la cola. Yo había leído entre los libros de mi padre que la lagartija se desprende voluntariamente de la cola para entretener a los depredadores mientras ella escapa. Este no era el caso. Estaba atrapada por un animal más grande, Luiyo, que no había identificado como depredador. No abandonó su rabo. Se lo cortó Luiyo con una mueca extraña. Levantaba el lado izquierdo de su boca como si estuviese sufriendo un derrame cerebral. Ese gesto siempre lo hacía cuando estaba contando una mentira y cuando torturaba animales.

Miraba aquel rabo moviéndose solo y me causaba un terror íntimo que me cuidaba de no expresar. ¿Sabría esa cola que estaba sola en el mundo? ¿Tendría conciencia? Pensaba entonces en aquella película de Frankenstein que mi hermano Néstor había doblado al español con palabras malas y que hacía reír a las monjas que venían a verla a casa, divertidas, como si estuvieran cometiendo un pecadito.

Pero lo de Luiyo no se quedaba en ahí. Le cortaba las patas. A mí se me ponía la piel de gallina. Entonces me ponía a pensar en béisbol pero aquellas patas sin cuerpo eran más fuertes que mi intención de enajenarme. Entonces el torturador procedía, con aquella mueca y unos gemidos de horror falso, a cortarle la cabeza.

Aguanté las ganas de vomitar. La cabeza se movía sola. Aquel cuerpo era ahora un rompecabezas de órganos vivos. Me levanté del suelo como un resorte. “Si no vamos a jugar pelota me voy a casa”. Fue lo que alcancé a decir como justificación al miedo. Luiyo me pidió esperar. Que iba a buscar un poco de gasolina de la cortadora de grama para quemar el lagartijo de modo que no sufriera, me dijo.

Aproveché que fue a buscar el combustible y crucé el muro de bloques y alambre eslabonado. No pude esquivar las espinas. Me enterré dos. Maldije. Agarré un limón de cabro, lo mordí desesperado. La boca se lleno de un fuerte sabor agrio. Escupí las dos heridas en el antebrazo. El jugo de la fruta servía para cicatrizar. La saliva tiene algo de antibiótico. La boca me ardió por horas. Esa tarde no cené. Había unos pedacitos de carne junto con el arroz. Yo los vi moverse. Estaba hipnotizado por la tortura. Tuve ganas de vomitar.

Algunos años después Luiyo había dejado la escuela “en la que uno no aprende nada” y yo estaba listo para entrar a la universidad a la que quise ir desde que tenía diez años y vi como quemaban el edificio del ROTC. Era el 1978 y todavía no había cumplido 18 años. Luiyo se apareció por casa. Hacía años que no lo veía. Me llamó desde la acera. Salí y allí estaba con una bola de baloncesto. Que si quería hacer unos tiritos en la cancha de Parkville. Raro, porque aunque la gente de la calle jugaba baloncesto a diario desde que tengo uso de razón, ya en la adolescencia poco a poco nos interesamos cada cual en lo suyo y las visitas a la cancha fueron menos frecuentes. Luiyo nunca nos acompañaba. Eso no era lo suyo. Lo suyo era pelear a los puños y torturar animales. Sin embargo, estuve a punto de decirle que sí. ¡Qué carajo! me vendría bien un poco de sol y ejercicio. Le pedí la bola. La dribleé un poco imitando al Mago Blondet y miré su rostro. Sonreía con un solo lado de la boca.  Sentí un frío en la nuca. Pensé que era intuición pero lo cierto es que era un recuerdo. Mentí. “Tengo una rodilla lastimada, otro día”, le dije. Le devolví el balón. Me alejé dando otras explicaciones falsas sin darle la espalda. Él se quedó muy serio, la vista fija en mis ojos. Parecía murmurar algo. Entré. Cerré la puerta luego de despedirme. Respiré por unos segundos hasta que se fue el escalofrío. 

Por una rendija de la dura puerta de madera en la entrada vi que permanecía allí en la acera. Entonces me encabroné. Respiré hondo y decidí mandarlo al carajo. Eso es lo que me dictaba mi mala espina, mi sexto sentido. Un, dos, tres, abrí la puerta. Se había ido. Jamás volvimos a hablar. Lo vi unas dos o tres veces más a lo lejos. Hacía mucho tiempo su familia se había mudado aunque él regresaba a mirar la casa de vez en cuando. Poco a poco dejó de hacerlo. “Se murió Luiyo”, me dijo muchos años después una vecina. A su hermano menor sí llegué a verlo frente a la puerta de una tienda por departamentos. Estaba pidiendo dinero. Había perdido una pierna. No me reconoció. Lo llamé por su nombre. Ni se inmutó. Ya ese no era su nombre. Como ya este pueblo no se llama igual que hace 40 años.

FESTIVAL DE TEATRO ALTERNATIVO FESTA

La versión del Festa 2020 que se podrá disfrutar de manera gratuita y virtual se realizará del 26 de junio al 5 de julio.

Durante diez días del festival (26 de junio al 5 de julio) habrá una variada programación que incluirá vídeo-teatro, vídeo-danza, vídeo-performance, radio-teatro y vídeo-lecturas dramáticas. Todo se podrá disfrutar conectándose a la página de la Corporación Colombiana de Teatro (www.corporacioncolombianadeteatro.com). En esta versión, dramaturgos, actores, hombres y mujeres del teatro continuarán generando una conexión única con su público, una experiencia maravillosa que se vive desde la virtualidad, pero sigue manteniendo la magia del lenguaje escénico.

La agenda del Festa 2020 está pensada para público adulto, familiar e infantil y busca interactuar con el público permitiendo seleccionar las obras de interés para programarnos a un encuentro con las artes en el horario más cómodo, pues la programación estará publicada las 24 horas. “Serán 10 días intensos, alegres y dramáticos donde nos conectaremos todos y todas con el arte contemporáneo del teatro, escenario que refleja, de manera compleja y estética, la vida y obra de personas y lugares, algunos reales otros imaginados”, comenta Patricia Ariza, cofundadora y directora del Festa.

El Festival de Teatro Alternativo durante 30 años se ha caracterizado por acompañar, visibilizar y reafirmar la dramaturgia nacional, y este año se destaca la presencia de 73 obras nacionales; sus creaciones, apuestas e historias hacen parte de la memoria oral de las comunidades y de las diferentes regiones del país.

Este año serán 93 obras online, habrá 47 grupos teatrales de Bogotá y 26 grupos nacionales. Entre los participantes, se destacan aquellos de los siguientes rincones del país y el mundo: Guajira, Armenia, Pereira, Cali, Ibagué, Manizales, Medellín, Cartagena de Indias, Marinilla, Barranquilla, Santa Marta, Villa de Leyva, El Carmen de Viboral, Buenaventura, Pasto, Armenia y 19 grupos internacionales: Ecuador, Noruega, Dinamarca, Uruguay, Francia, Japón, México, Argentina, Busan, Estados Unidos y Brasil.

Cada dos años desde el Festa se vive una fiesta teatral que invita a defender la vida, la paz y la cultura, el cual genera espacios de reflexión en torno a temas que tienen que ver con la forma como habitamos este mundo y la manera como nos relacionamos con nosotros mismos, con los otros y el entorno. El componente académico contará con 5 talleres de formación, 2 encuentros de teatro en forma digital y desde la virtualidad, y un sentido homenaje al invaluable legado del maestro Santiago García.

Guaynabo City Chronicles: La tranquila sangre de los pueblitos

Alguna gente quiere irse al campo porque es más tranquilo. Y tienen razón. Hace 30 años, el barrio Sonadora era más tranquilo que los alrededores de la plaza de Guaynabo. Había una barra colmadito atendida por su propio dueño al borde de la PR-834 que atravesaba el barrio donde podías tomarte una cerveza tranquilo.

Del dueño del negocio me reservo el nombre y de uno de sus clientes habituales también. El cliente, una vez, le hizo un favor al dueño. Le llevó un cuartillo de leche a la casa, que estaba justo detrás, subiendo una cuesta desde la que podía verse toda la carretera arbolada. El hombre entregó la leche a la nena. Y al verla tan linda le echó maíz desde su boquita de comer adornada con un bigotito anacrónico de cantante de boleros.

El cliente habitual le comenzó a ofrecer sus servicios al dueño para lo que fuera. Hasta de plomería sin ser plomero. El dueño del negocio ni caso que le hacía. Sin embargo, una tarde en la que me encontraba solo allí con él (era un sábado santo y llovía a cántaros) me pidió que le cuidara el negocio en lo que subía a la casa a llevarle un cuartillo de leche a la nena que le salió cafetera. “Si viene alguien le dices que vengo ahora”. Seguro, le dije yo, pensando en lo chévere que era que me tuviera confianza.

Entró un desconocido que se sentó en la barra y le dijé “Él viene ahora”. Me miró con desdén y ni las gracias dio. “Que se cague en su madre”, pensé, pero no dije nada porque soy un tipo pacífico. 

El dueño tardó más de lo que esperaba. Había terminado mi cerveza, había dejado de llover y el calor y la humedad me decían, “paga y vete pa’l carajo”, pero el dueño había confiado en mí y aguanté. Quería darle el peso y cumplir con decirle al que llegue que él viene ahora.

Llegó con la camisa empapada y rojo. Sacudía la sombrilla y la dejó abierta casi a la entrada. Murmuraba. El nuevo cliente pidió un trago y lo sirvió rápido y sin cariño. Se me acercó y me dijo “coño, gracias, perdona que me tardé pero es que ese cabrón…” y entonces me contó que al llegar a la casa se encontró con que el cliente habitual estaba echándole maíz a la nena a través del portón. Que se había molestado y le dijo dos o tres. Que el tipo le dijo que solo estaba hablando y que la nena estaba al otro lado de las rejas. El dueño le dijo que no quería verlo más por allí y que al final se fue con una media sonrisa despidiéndose de la nena con alguna galantería. “Clase de cabrón”, dije, para expresar mi solidaridad con el dueño. Pagué y me fui.

Como al mes me mudé para Río Piedras y en ese último día de mudanza paré allí para tomarme una cerveza. Sábado en la tarde. Había cinco o seis tipos tomándose unas frías y par de señoras comprando arroz, latas de salchichas y aceite. El dueño me reconoció con el consabido “eje, tanto tiempo” que me hizo sentir como que era parte del pueblo precisamente ahora que me volvía a ir. Le hice el cuento corto aún más corto y me fui tomando la cerveza. De repente miró por encima de mi hombro en dirección a la entrada. Frunció el ceño y agarró el paño de limpiar la madera de la barra. Su frente se relajó y creí ver en sus ojos una breve fulguración de tristeza, pero a lo mejor son pendejadas de la memoria. 

Cuando salió de detrás de la barra lo seguí con la vista y entonces vi al cliente habitual sentado en una mesa junto a tres tipos que contaban un chiste, me imagino, porque uno de ellos se agarraba los huevos de repente y luego los soltaba. No se cruzaron miradas el dueño y el cliente. El primero salió del negocio sin decirme “si viene alguien le dices que vengo ahora”. Ni a mí ni a nadie. Aquello me dio mala espina. De repente hacía un calor de Cuaresma. Salí afuera, al borde de la calle, a la sombra de un flamboyán. Si yo fumara me hubiera fumado un cigarrillo. Adentro las mujeres esperaban a que alguien les cobrara el arroz, las salchichas, el aceite. Recuerdo que pensé que quizás se acercaba un huracán y yo no me había enterado. Entonces fue que fue.

Vi con el rabito del ojo que el dueño bajaba la cuesta y cuando estaba como a tres pasos de la entrada percibí el reflejo del machete. Me quedé afuera, a la sombra del flamboyán, con el corazón en la garganta. Escuché la voz del cliente haciendo una pregunta retórica: “¿Qué carajo te pasa?” luego sillas arrastrándose y un sonido de lechonera de Guavate cuando te están cortando la carne que pediste. Uno, dos, tres, cuatro y dos segundos después cinco.

No recuerdo si alguien gritó o si hubo alguien herido. Yo me quedé afuera. El dueño salió afuera con el machete ensangrentado. Miró para lejos. Entonces se dio cuenta que estaba allí. “¿Tienes cigarrillos?” me preguntó. “No, yo no fumo, pero te busco uno” le dije, justo cuando salía con las manos en la cabeza uno de los clientes. “Lo mató, lo mató” me dijo. “Sí. Dame un cigarrillo”. El hombre, temblando, me dio un cigarrillo y el encendedor. Lo prendí y le dije al dueño: “Con mentol”. Se encogió de hombros y se sentó en el escaloncito de la entrada al negocio. Le entregué su cigarrillo. “Gracias, hermano” me dijo. 

Llegó la policía y dije la verdad. Yo no vi nada que ellos mismos no hubieran visto. Un hombre que fuma a la entrada de su negocio. Al lado suyo hay un machete ensangrentado. Ese mismo día terminaba mi mudanza. Abandoné otra vez la tranquilidad del campo.

Arte: "Flamboyán" de Orlando Vallejo                                                                                               A la venta en Matadero Contemporary Art

TALLER DE NO FICCIÓN NARRATIVA OFRECIDO POR LUIS NEGRÓN


La “no ficción” va encontrando el apoyo habitual de los lectores y se ha colocado con fuerza en los catálogos de muchas editoriales. Vive un momento de auge, hoy más que nunca hay una necesidad de explicarnos la realidad con un compromiso por lo verídico.
Este taller práctico, busca explorar, en grupo de dos personas, varios géneros de no ficción donde se utilizan técnicas tradicionales de narrativa, como la crónica, en sus variadas vertientes, y la memoria. El énfasis del taller, ofrecido en cuatro secciones de dos horas cada una, estará en la redacción y la discusión a fondo de textos asignados.
Para coordinación de fechas, matrícula e información, favor de comunicarse al 787 404 8284. (Espacios limitados).
Luis Negrón ha publicado Mundo cruel, el libro de crónicas Los tres golpes y sus textos de no ficción han sido publicado por The New York Times, La Revista Casa las Américas, entre otros.

Deshaciendo Arquitecturas

102850185_586350275628577_4760327875629573060_n   por Cruz Garcia & Nathalie Frankowski

En la revolución antirracista, la arquitectura más poderosa es la que se deshace. En medio del vertiginoso proceso de deconstruir un andamiaje racista y anti-negritud que lleva en plena construcción ya más de 500 años, manifestantes alrededor del mundo se han dado la tarea de ejecutar lo que muchos políticos, planificadores urbanos, inversionistas, arquitectos y desarrolladores han tratado de evitar.

King Leopold II

Manifestantes apoyando el movimiento Black Lives Matter han ido tras los monumentos y efigies de colonizadores, esclavistas, figuras políticas y comandantes confederados en un inédito gesto solidario, colectivo y global. En este acto sabrosamente iconoclasta, la arquitectura como la construcción y consolidación de símbolos ideológicos se encuentra en el ojo de esta tormenta revolucionaria. Si es cierto que usualmente se estudia a la arquitectura como una serie de artefactos estéticos sin raíces ideológicas, una mirada crítica a nuestra historia de opresión humana y destrucción ambiental revela su relación con regímenes de violencia, coloniaje, genocidio, racismo y capitalismo.

Eduard Colston Monument

Entre las estatuas y efigies identificadas por los activistas anti-racismo se encuentran las del brutal y sanguinario Leopoldo II de Bélgica (responsable del genocidio en el Congo), el primer ministro británico Winston Churchill y el general confederado Robert E. Lee, las tres pintadas con grafiti, el esclavista Edward Colston, cuya estatua fue lanzada al rio, un decapitado Cristóbal Colón y la estatua del ex alcalde y ex comisionado de la policía de Filadelfia Frank Rizzo.

Robert E. Lee

Hace unos días, mientras escribíamos nuestro manifiesto por una arquitectura antirracista, nos topamos con una cita, en la que el pensador camerunés Achille Mbembe deconstruye el rol de las estatuas, efigies y monumentos coloniales, como objetos de todo tipo de materiales (mármol, granito, bronce, acero) en la que la muerte se convierte en una cosa trabajada. Estas estatuas que buscan preservar una fusión entre la objetualidad, la subjetividad y la mortalidad de cuerpos humanos y bestias (por ejemplo, el caballo que monta un conquistador), tienen como función la remisión a cierto modo de recuperación del tiempo. Comenta Mbembe que casi sin excepción, las estatuas y efigies coloniales dan cuenta de esta genealogía muda en donde el sujeto se adelanta a la muerte y ésta, a su vez, se adelanta al objeto mismo que, supuestamente, ocupa el lugar de sujeto y de muerto al mismo tiempo.

A esta relación entre espacio, objeto y muerte podemos agregar como estos íconos, usualmente construidos a gran escala e instalados en espacios públicos, sirven para legitimar, normalizar y consolidar la sangrienta historia e ideología del colonialismo. Se suman a las estatuas otros objetos, monumentos e infraestructuras que, aunque no invocan los rostros de la opresión más cruel y explicita, sirven para preservar imaginarios colonizadores.

Winston Churchill. A raíz de las protestas de “Black Lives Matter’, grupos de derecha y veteranos llegaron hasta las instalación de la escultura de Winston Churchill para “protegerla de mayores vandalismos por parte de grupos ant- racistas.”

Para aquellos arquitectos que, como nosotros, desean construir nuevos mundos mientras mantienen este inédito vigor anti-racista, lo próximo sería el desmantelamiento de otros monumentos como estaciones de trenes, palacios de gobiernos coloniales, edificios construidos con labor esclava, puentes, campos militares, fortalezas e incluso edificios universitarios alrededor del mundo financiados con necrocapital. Si queremos construir arquitecturas emancipatorias no podemos permitir que estos hermosos actos de subversión antirracista pasen por desapercibidos. En un mundo anti-racismo tenemos que aprender a deshacer arquitecturas.

Aquí nuestro manifiesto por una arquitectura antirracista:

http://waithinktank.com/Anti-Racist-Manifesto

El video del manifiesto:

Arte en la Pandemia: performance_de_espera

Buenos Aires, Argentina.

Como en casi todo el resto del mundo, el Covid-19 ha provocado encierros largos, distanciamiento social, cierre de teatros, museos y plazas de trabajo. En la confusión de una realidad trastocada, los artistas se re-inventan.

“El confinamiento nos obligó a repensar nuestras prácticas, nuestros afectos y nuestras memorias.”

Bajo esta premisa, Paula Herrera Nóbile, directora del laboratorio de artes  escénicas, visuales y performance Espacio Granate, con la asistencia del artista multidisciplinario Patricio Brest y la actriz y performer Catalina Derecho da Cunha, conciben el taller virtual performance_de_espera. Puedes ver la plataforma que han creado con parte de las muestras AQUÍ

“performace_de_espera” son encuentros virtuales en los que un grupo de performers exploran la percepción del cuerpo individual y colectivo en el contexto del encierro y las limitaciones impuestas. Se sumaron al llamado más de una decena de artistas mayormente de Argentina, Puerto Rico y España: Serafin Klärich, Mateo Dillon, Amadeo Monzani, Juana Gallardo, Milena Pérez Joglar, Helen Ceballos, Ernestina Gatti, Cata Derecho, Júpiter, Margarita Valencia, Victoria Rossetti, Camila Rabinovich, Laura Marina Boria, Candela Denise, Dano, Ailín y Aberastury, quien colabora también con la portada de este artículo.

Selecciona las imágenes para expandirlas:

“En un intento de re-conectar con los procesos creativos, armamos un grupo de trabajo interdisciplinario y nos propusimos reformular la espera. Transformar esa inquietud de lo que parece no resolverse, en potencia. Alimentar la permanencia en ese vacío. ¿Qué era lo que estaba produciendo?¿Desde dónde y para quién? El confinamiento nos obligó a repensar nuestras prácticas, nuestro afectos y nuestras memoria. Un zoom desde el cuerpo a este mundo, al viejo mundo ida y vuelta.”

El trabajo de Paula Herrera Nóbile está centrado en los procesos, se aleja de los productos terminados y se enfoca en los vínculos, las relaciones y las personas. Su trabajo es intenso y visceral, a veces contradictorio. Su materia prima es el cuerpo en el mundo real y en el virtual. En otra ocasión profundizaremos más en las particularidades de esta artista visual, performer y maestra. Mientras tanto, les presentamos algunos de los vídeos productos del taller virtual “performace _de_espera” :

Artista: Júpiter
Artista: Amadeo Monzani
Artista: Margarita Valencia
Artista: Dano
Artista: Ernestina Gatti
Artista: Cata Drerecho

Este es un artículo de la serie “Arte en la Pandemia” escrito por Tamaris Cañals para LunaticaTV.com. El mismo tiene como objetivo recopilar y difundir las gestiones y trabajos relacionados al arte y la cultura durante la cuarentena provocada por la histórica pandemia del Covid-19

Arte Puertorriqueño en la Pandemia: Tito Matos

Hablemos de Plena y hablemos claro: Héctor Tito Matos es uno de los “requinteros” más bravos en el mundo. Para el que no conozca de la Plena, sepa que es un género vital de la música tradicional puertorriqueña. Actualmente está teniendo tremendo auge entre la nuevas generaciones, que llenan locales y plazas para bailarla y cantar el coro junto a los pleneros. En la Plena el instrumento del requinto es el que refuerza y acentúa porciones de la estructura rítmica de la canción y también se utiliza para las descargas. En eso Tito Matos es el maestro.

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GUAYNABO CITY CHRONICLES (El camino Alejandrino)

por Rafael Acevedo

Era el camino Alejandrino. Una estrecha calle con un puente. Un río atravesaba la ruta. Cada lluvia persistente inundaba los alrededores. El puente se hacía un monumento al poder de la naturaleza.

Al borde de la carretera, subiendo la cuesta, había una decena de casas construidas al borde de la loma. Largos pilotes sostenían las estructuras. Me parecían largas patas de garzas. 

Muchas veces me sorprendí pensando que no me hubiera gustado vivir allí, en aquellas casas colgantes del camino. Tendrían una vista preciosa a la hondonada que daba al río pero mi imaginación alimentada por el cine y las lecturas bíblicas esperaban el terremoto o el tremendo deslave.

Una tarde corrió el rumor de que a una casa se le había fracturado una pata y había rodado loma abajo, con todo y familia. Yo quise correr a ver el desastre, eran apenas 10 minutos de trote para llegar allí. Por supuesto, mi madre, sobreprotectora, me lo impidió. Yo tendría diez años. Quizás menos. Así que tuve que esperar a la mañana, cuando llegaban los periódicos. Así se confirmaban las noticias hace medio siglo. En las mañanas. 

Abrí la puerta muy temprano y allí estaban la botellas de leche y el periódico. Era verdad. Una casa se había deslizado barranca abajo. No recuerdo cuantos muertos. Recuerdo haber pensado que mi miedo era real. Concreto. Aquellas patas de garza sosteniendo casas eran muy frágiles. Imaginé que la casa habría temblado y una madre y una niña, vestidas de azul, volaban por los aires mientras la casa se hacía un montón de piedras. Vestidas de azul quizás porque irían al cielo. Porque la virgen de brazos abiertos en el cuarto de madre tenía un manto azul. Yo no sé.

El camino Alejandrino se convirtió en carretera. La Academia Wesleyana se hacía cada vez más grande ocupando el espacio de las lomas. Rodearon a la barra y el colmadito. El patio de ambos negocios pasó a ser el patio de la Academia. El río seguía sobrepasando el puente en la temporada de las lluvias. 

Casi medio siglo después, regreso allí. Vivo en aquella loma. En un edificio de apartamentos que tiene 25 pisos al que se llega justo donde comienza la Avenida Alejandrino. Al lado hay otro que tiene más o menos la misma cantidad de pisos. El área de la piscina tiene una línea amarilla porque el gazebo amenaza con caer barranco abajo. Allí, justo donde hace algunas décadas rodó una casa hasta el fondo de la quebrada. Solo yo lo recuerdo. Ni siquiera mis hermanos ni mi madre lo recuerdan. Busco en periódicos viejos y nada. 

En las mañanas, mientras preparo café, miro por la ventana hacia el barranco pensando en las jodidas vueltas que da la vida. Y que en el cuarto de mi madre, la virgen de manto azul tiene los brazos juntos en oración.

 

 

Puedes encontrar libros de Rafael Acevedo Aquí

 

Foto de portada: Juan Carlos Gedda Ortiz

Los Arquitectos Cruz Garcia & Nathalie Frankowski Dibujan Mejores Mundos

La palabra binomio proviene del latín “bi” en el sentido de dos, más “nomos” término griego que designa una parte del todo. Así son los artistas y arquitectos  Cruz Garcia & Nathalie Frankowski que trabajan como si fueran uno.

Oriundo de Rio Piedras y graduado de la escuela de arquitectura de la Universidad de Puerto Rico, Cruz García conoció a su compañera francesa, Nathalie Frankowski mientras trabajaba en un estudio de arquitectura en Bruselas. En la capital belga fundaron su estudio WAI Architecture Think Tank en el 2008 y al próximo año se mudaron a Beijing, en parte huyendo de la ola populista que se avecinaba en Europa. Radicados en Beijing por 7 años publicaron libros en Londres y Sevilla y realizaron varios proyectos pluridisciplinarios, incluyendo su participación en festivales internacionales de arquitectura como la Bienal de Arquitectura de Chicago y la Biennale Architettura en Venecia.

Sus obras que exploran entre muchos temas, el legado de la forma y la ideología en la arquitectura, el rol de las utopías en los imaginarios colectivos y lo que ellos llaman “Arquitecturas narrativas” y “Paisajes post-coloniales” han sido parte de muestras en el Museo de Arte Moderno en Nueva York (MoMa), el Vitra Design Museum en Weil am Rhein en Alemania, el Museo de Arte, Arquitectura y Tecnología en Lisboa, el KW Institute for Contemporary Art en Berlin y mas recientemente el Neues Museum en Nuremberg.

En Beijing fundaron una aclamada galería de arte contemporáneo llamada Intelligentsia Gallery a través de la que establecieron colaboraciones con más de doscientos artistas de seis continentes. En el 2016 les ofrecieron la oportunidad de ser profesores visitantes para reformular el currículo de la escuela de arquitectura en Taliesin, el antiguo hogar y estudio del legendario arquitecto estadounidense Frank Lloyd Wright. Desde su llegada a los Estados Unidos Garcia y Frankowski han servido de profesores invitados en la Universidad de Nebraska-Lincoln y Carnegie Mellon University. Recientemente publicaron su tercer libro ‘Narrative Architecture: A Kynical Manifesto’.

En respuesta a la pandemia de Covid-19, Garcia y Frankowski han ido desarrollando una plataforma virtual en la que establecen enlaces de solidaridad intelectual con arquitectos, artistas, autores, e intelectuales alrededor del globo. La plataforma Loudreaders se inspira en los lectores de las tabaquerías de principio de siglo XX en la que se destaca la figura de la icónica síndico-anarquista puertorriqueña Luisa Capetillo.

Próximamente estarán inaugurando una escuela de arquitectura gratuita en línea, buscando maneras de seguir explorando nexos de solidaridad con artistas, pensadores y arquitectos. Para LunaticaTV, Garcia y Frankowski utilizarán los enlaces de estas nuevas plataformas post-pandemia para explorar nuevos y excitantes proyectos mientras se dibujan otros y mejores mundos.

VeoBo en la Casa: Entrevista con la directora de Lunatica TV

Entrevista con Ozzie Forbes de VeoBo y El Cuadrado Gris

Estamos muy entusiasmados de tener un nuevo colaborador en LunataicaTV: Ozzie Forbes de El Cuadrado Gris y la plataforma de televisión digital VeoBo. Estaremos compartiendo por aquí segmentos de sus mejores programas.

Esta vez fui yo la entrevistada, hablé de mi trayectoria y de algunos planes que tenemos con LunaticaTV. Al final nos fuimos bastante personal, es lo que sucede cuando conversamos con grandes amigos.

Arte Puertorriqueño en la Pandemia: Carola García

Fue un impulso amatorio en medio de la pandemia lo que llevó a Carola García a presentar a Libris, “una polilla vegetariana que se come los libros con los ojos y no con la boca“. La propuesta es una lectura de cuentos para “niñes” que se presenta en vivo de lunes a viernes a las 6:30pm en su página de Facebook. Puedes encontrarla Aquí.

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